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MARIA

Cuando ira María al mandado, decía yo, parado enfrente a la casa de sus padres, era mi oportunidad para mirarla, ver sus ojos, su pelo, que pasara junto a mí como un ángel. ¡¡me gustaba tanto ¡! Me enamore, al principio no me atrevía ni siquiera a acercarme, pero me di cuenta que yo también le agradaba. Se reía conmigo. Le hable, nos hicimos amigos y después novios. Fue una etapa muy bonita salíamos a pasear, al cine, nos divertíamos mucho. Luego nos casamos. Su familia también me quería. Me gustaba llegar a la casa, la comida lista y ella esperándome. Era muy cariñosa y buena ama de casa. Tenía todo impecable.
Poco tiempo después llegaron los niños, la mujercita y después el varón. Mi vida estaba completa nunca había sido tan feliz, todos los días llegaba a casa y mis hijos me brindaban sus alegres sonrisas, la mayorcita era mi adoración.
Cuando crecieron, se volvieron muy juguetones, mi esposa los llevaba todas las tardes al parque, a tomar el sol y hacer ejercicio. También salían con sus amiguitos de la cuadra. Me parecía bien, sólo que a veces regresaban tarde, cansados y tristes. Ni siquiera me saludaban. Me empecé a preocupar.
En general nuestra vida transcurría apaciblemente, sólo en ocasiones María mostraba un comportamiento extraño, permanecía muy callada, a veces me observaba de reojo, siempre al pendiente de todos mis movimientos. Con cualquier pretexto se iba de la casa con los niños. Sin decir nada, arreglaba sus cosas y se estaba hasta una semana con sus papás. Ya en la casa no me los dejaba ver en todo el día y si en las noches me quería despedir de ellos, cerraba la puerta de su cuarto con llave.
Otra cosa me perturbaba. Cuando íbamos con mis parientes, ella acaparaba la atención de mis hermanos y mi papá, cuchicheaban y me observaban. Quien sabe que les contaba de mí, que cosas les metía en la cabeza, que terminaban en mi contra. Me sentía relegado con mi propia familia.
Ante los ojos de los demás seguíamos siendo felices y en verdad teníamos muy buenos momentos, pero todas esas cosas hacían que yo desconfiara de ella. No sabía que pasaba, porque había cambiado, ¡Cuando la conocí no era así!
Se había vuelto ambiciosa, me obligó a comprar la casita que teníamos. Yo no quería pero como soy maestro, nos daban esa facilidad. También quiso tener buenos muebles. A mi no me importaba, pero ella insistía. Será que en su familia todos son así.
Hace poco, unos primos míos estuvieron por un mes en la casa. Remigio hijo de un hermano de mi papá y Elena su esposa. Se quedo sin trabajo y nos pidieron ayuda. A María le gustó la idea de que vivieran un tiempo con nosotros. Vi que mi primo y ella se llevaban bien. Les agradaba ir juntos a las compras. Cuando se fueron me comentó que los extrañaba. Tiempo después empezó a arreglar unos papeles que para lo de un terreno. Me pidió mi acta de nacimiento y la del matrimonio. Me dijo que Remigio la iba a ayudar.
En ese momento comencé a sospechar, ¿para que quería esos papeles? Ya teníamos nuestra casa, aunque ella me dijo que nos convenía tener otro terreno y yo le creí al principio. Después me di cuenta que traía algo entre manos. Cuando salía para los trámites se tardaba mucho.
Últimamente, fue lo peor de todo, me empezó a decir que yo no estaba bien que necesitaba que me viera un doctor, que Remigio le dijo que las personas que actuaban como yo, requerían atención médica y psicológica.
Estuve pensando y todo coincidía, la actitud sospechosa de María, su egoísmo para que los niños se me acercaran, las mentiras que le contaba a mi familia, la cercanía con mi primo Remigio, que me pidiera los papeles y el colmo hacerme pasar por loco.
La situación se me presentó claramente, ¡el mundo se me vino encima!, mi primo y María se entendían. Lo que ellos querían era hacerme a un lado, quitarme a los niños y quedarse con todo lo que era mío. No sabía como lo iban a hacer pero desde ese momento me puse en alerta. No iba a permitir que se salieran con la suya.
Por eso hace dos días, cuando María me dijo que se iba a dormir, pero antes pasó a la cocina y pude ver que tomaba un cuchillo. Supe cual era su plan. Pensaba matarme aprovechando que me encontraba dormido y luego con la ayuda de Remigio deshacerse de mi cuerpo.
Al principio me dio miedo y tristeza pero después tomé valor y busqué una navaja que usaba cuando iba trabajar a la Sierra. Con la navaja escondida debajo de la almohada me puse ha escuchar todos sus movimientos, fingiendo que estaba dormido. Me di cuenta que el momento había llegado cuando se dio una vuelta brusca en la cama como acercándose a mí. Antes que pudiera hacerme algo, actúe rápido y le clavé la navaja en varias partes del cuerpo, la verdad no se decir donde. Sólo cuando sentí que ya no se movía deje de acuchillarla. Las sábanas estaban todas llenas de sangre y oí que los niños empezaron a llorar y después a gritar.
Ahora que estoy aquí. Nadie entiende que lo único que pensé fue defenderme. Siempre me ha pasado lo mismo. Nunca han comprendido que tengo muchos enemigos, que siempre me están siguiendo. Ni mis papás ni María lo entendieron.
Aquí todos están en mi contra, estoy seguro que me van a hacer algo, mis compañeros de celda, los custodios, los licenciados. ¡Socorro sáquenme de aquí ¡ ¡me quieren matar!

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